La Maga de los Cuentos
Todos afirmaban que La Maga de los Cuentos, como la llamaban, había escapado de la Isla de los Ventarrones, un sitio que nadie sabe dónde queda, y en el que el viento sopla a la vez desde los cuatro puntos cardinales.
Ella acostumbraba a aparecer debajo de los frondosos árboles, y los niños, por muy lejos que estuvieran, corrían a su encuentro. Entonces, con voz que parecía pedida a un ángel, comenzaba a narrar sus relatos. Al hacerlo, una lluvia de hojas secas iba cayendo a su alrededor.
Contaba historias mientras tejía su larga trenza. Al terminar, ¡pum...!, le crecían enormes alas y se iba donde otros niños la aguardaban.
Una tarde, sus alas quedaron atrapadas en una mata de mamoncillo y se quebraron. La pobre gritaba para que alguien viniera en su ayuda. Después de mucho rato, apareció una pareja de zunzunes y un chipojo al que, de tan viejo, le habían crecido barbas. Este, apoyando una de sus patas delanteras en un bastoncito de majagua azul, hizo cuanto pudo para liberar a la cuentera, pero fue en vano. Entonces, moviendo su larga cola, se marchó sin mirar atrás con sus acompañantes, quienes tampoco pudieron ayudar a la maga.
Los mayitos, tocororos, bijiritas, papagayos, arrieros, tomeguines y cotorras observaban sin saber qué hacer o decir, hasta que a alguien se le ocurrió enviar un recado al abuelo del monte con Soñadora, una paloma que siempre estaba en las nubes, pero eso tampoco dio resultado; al parecer, Soñadora encontró un palomo aventurero y terminó yéndose tras él; ella era algo salida del plato, mejor dicho, del nido; da igual. Lo cierto es que nunca más se supo de la mensajera.
Así pasaron 1, 2, 3 días.
Después, apareció una pareja de güijes jaraneros, pero tan pequeños, que cabían en una cáscara de mamoncillo. Al ver a la cuentera, treparon hasta lo alto del gajo,y, después de liberarla, la ayudaron a reparar sus alas mientras le contaban que había caído en una trampa de las que ellos acostumbraban a poner a los brujos y a los fantasmas que no dejaban de molestarlos.
Desde ese día, La Maga de los Cuentos siempre narra, además de muchas historias como la de la lechucita Vicaria y «Las cosas de la abuela», esta otra, pero, al terminar no olvida advertirles a todos que anden con cuatro ojos con los güijes, porque son tan traviesos y jaraneros, que ni pintados en los libros se están quietos.
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