Mi GRAN SOCIO Enrique
Nos conocíamos desde principios de los años 70, pero la amistad se afianzó en Gábrovo, ciudad de Bulgaria que era conocida como la “Capital del humor”; allí le serví como compañía —y como costurero, pues con mis habilidades manuales tuve que auxiliarlo, en más de una ocasión, con los botones y dobladillos de su traje safari.
Compartíamos siempre en todos los eventos vinculados con el humor; además, estuvimos unidos por ser hijos de la provincia villaclareña, en el mismo centro de esta Isla. En sus viajes a la semilla, a su terruño, lo acompañé junto con Humbertico y Miguel Díaz-Canel.
Recuerdo que fue un fiel amante de la buena harina, era lo preferido por él cuando venía a casa. También, disfrutaba el costumbrismo criollo de nuestra gente en cada asomo que hacíamos a la vida desde nuestras profesiones.
Con los años, “nuestro amor” se intensificó al extremo de que muchos colegas jaraneaban sobre ello. Cuando me dedicó el libro Yo vendí mi bicicleta me escribió: “Pedro, mi vida, aunque se me parta el alma, si se te pierde este no te doy más ninguno. Besos”.
Ambas familias también se conocen y era un regalo poder compartir con ellos esta amistad que me unió a mi GRAN SOCIO Enrique.
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