Luciano Carvalho se dio un chapuzón, luego observó el Sabanalamar que desembocaba allí, los riscos, los cactus. Hizo saltar unas piedras multicolores sobre el agua, y de regreso a la Casa de Cultura de San Antonio del Sur, donde pernoctábamos, llegó lo suficientemente cargado como para escribir un poema en prosa, donde la pobreza, el desgaste y los tonos sepias de este inmueble dialogaban con el paisaje grave y salobre de la costa alcanzando bordes líricos y un raro optimismo.