No conocí la música de Marta Valdés a través de los discos, la radio o la televisión. La había escuchado, sí, como todos los cubanos y los megalómanos más furibundos del mundo. Cuando hablo de conocer, me refiero a saber de buena tinta qué es lo que oigo, a quién pertenece su autoría. Eso me sucedió en el teatro, el arte que durante un tiempo la cobijó, como ella misma ha expresado, hasta que soplaron vientos mejores para sus creaciones.