Si algo sigue teniendo vigencia en Cuba es el repertorio de chistes racistas, con refranes y sentencias que son lugares comunes de expresión discriminatoria. A veces, con menos ganas de discriminar que de “hacerse simpático” y, desde luego, sin originalidad. Aunque no sea tan amplio como décadas atrás, en un porciento alto de los casos, el espontáneo chota, o el profesional racista, consiguen la esperada hilaridad.